Notes

Sáb., 6 de julio,
9:02


Transcurridas aproximadamente cuarenta y ocho horas de reloj desde que la veinteañera advirtió al americano de que le tenía preparada una sorpresita de la que no podía adelantar/le nada: ¡por fin!, estaba ultimando los ultimísimos detalles de la que sería, con un poquito de suerte, una escapadita de todo aquello que les rodeaba y que, de un modo u otro, les impedía estar juntos todo el tiempo que ellos necesitaban para saciar, mínimamente, las ganas por compartir tiempo y espacio el uno al lado del otro.*
(*) Además de, por supuesto, una alta dosis de besos y caricias.

¿Cuál era el motivo principal por el que (día sí y día también) tenían que esconderse e, inclusive, no verse a diario? En efecto, sus respectivas parejas. Debido a ello, la morena llegó a la conclusión de que si debían escabullirse, debían hacerlo bien.
Convertir ese día, ese efímero momento: en uno memorable para ambos.


Eleanor salió del centro comercial de la ciudad cargando un par de bolsas. Lo que éstas guardaban, todavía estaba por desvelar. (…) Bajó del autobús alrededor de una hora después –la pantalla de su móvil indicada entonces las 10:16– en la que le dio tiempo a pasar por su propia vivienda y recoger la mochila que había preparado la noche anterior (y parte de la mañana) especialmente para aquel día. Estaba tan solo a un par de calles del apartamento de su amante y, cómo era de esperar, se encaminó hasta allí sin titubear.
Quizá, y como acostumbraba a hacer, tan sólo se mostró un poco más alerta, cuando procedió a pulsar el botón correspondiente del portero automático, por si algún conocido suyo –o de su pareja– la veía por allí… Cuando éste respondió, tan solo le comunicó: — Baja. Te espero en tu coche. — Dicho lo cual, se alejó del portal y se puso en marcha. Al venir, supo reconocer su vehículo aparcado no muy lejos de allí.

(…)

Ya en el interior del vehículo del americano y con éste de copiloto tras pedirle, por favor, las llaves: la joven se atrevió a aproximarse a él. Desde fuera, aquel acercamiento, sin atisbo de duda, revelaba tanta intimidad como tensión (sexual) acumulada y/o no resuelta: no obstante, lejos de robarle un beso o inhalar el delicioso aroma que desprendía su cuello, procedió a anudar correctamente el pañuelo que tenía en anudado en una de sus muñecas, con el que privarle del sentido de la vista y, susurrarle, pegando sútilmente los labios al oído, con complicidad: « es una sorpresa ».

No quería que sospechase nada al respecto.
Quería que la expectación aumentase conforme recorriesen juntos los kilómetros que les separaba de su único destino. Incluso, quería que la recopilación de canciones que sonasen (no necesariamente todas) en el interior del coche le transmitiesen lo que, con palabras, en ocasiones, no sabía explicarle debidamente. Sería un trayecto relativamente corto, entre veinte y treinta minutos al volante.

• Years & Years - Desire.
• Matt Simons - Lose Control.
• Jon Bellion - All Time Low.
• Kygo ft. Conrad Sewell - Firestone.
• Calvin Harris - Feel So Close.
• The Chainsmokers, Bebe Rexha - Call You Mine.
• Jencarlos Canela - Dime.
• Sugarland ft. Matt Nathanson - Run.
• Ellie Goulding - Still Falling For You.
• Jaymes Young - Infinity.
• Maroon 5 - Lips on you.
• The Weeknd - The Hills.
• BANNERS - Someone To You.
• Vancouver Sleep Clinic - Someone To Stay.
• The xx - Sunset.
• Skylar Grey - I Know You.
• (…) / Entre otras.


¿A dónde iba a llevarlo? A su rincón favorito.
[ https://bit.ly/2XraAC3 ]. Dejarían la ciudad atrás para mudarse temporalmente a uno de los pueblos vecinos. Aquel pantano no solía estar muy concurrido, a lo sumo, podrían coincidir con un par de personas y siempre dependiendo de la zona en cuestión en la que se encontrasen. Eleanor sabía a dónde ir y, lo más importante, sabía que quería estar (¡completamente!) a solas. Con él.
Sin interrupciones de ninguna clase.

Por suerte para la muchacha, aquella carretera convencional solía ser bastante tranquila y apenas encontraría vehículos yendo o viniendo: el viaje, fue fluido, sin imprevistos por el camino. No había tráfico. Y como buena conductora novata, tenía todos los sentidos puestos en la carretera y retrovisores; a pesar de que canturrease los estribillos de prácticamente todas las canciones que sonaban en el interior de aquel coche.
Varias de ellas revelaban algo de su íntima aventura.

Al adentrarse en el pueblo, tuvo que manejar casi todo el rato pasando continuamente de la primera marcha a la segunda, y viceversa: debido a que las calle(juela)s que componían aquel lugar eran muy pequeñitas y estrechas. Aunque, eso sí, casi amagó con la calada un par de veces. Pero supo salir del paso muy, muy bien.
Estaba nerviosa. Mucho. Era innegable. Y el tramo que temía realmente todavía estaba por llegar… Al cabo de unos cinco minutos, dejó el pueblo atrás, y avanzó hasta el camino de tierra.
¡Ya casi estaban!

Barrancos.
Alturas…
¡Y una maravillosa vista del embalse!
Tan solo quedaba una cosa por hacer: traspasar aquel infernal camino antes de estacionar. Iba cuesta abajo y, para finalizar la aventura al volante, a medio camino debía girar a la derecha: por lo que llevar a cabo aquella maniobra con tan poco margen de movimiento, y con la posibilidad de matarse con tanto precipicio, la tenía atacada. No obstante, se lo tomó con muchísima (¡pero muchísima!) calma. Pese a un par de caladas y maldiciones entre dientes, ¡lo consiguió! Le llevó quizá más minutos de los que, por ejemplo, le hubiese llevado a él, ¡pero lo consiguió! Y no podía estar más feliz y orgullosa por ello.

Avanzó cuesta abajo, y finalmente estacionó a la sombra, bajo un puñado de árboles grandísimos. Punto muerto. Freno de mano. Motor apagado. — ¡Bien! Ya hemos llegado. Dame un momento, que te ayudo. No te muevas, ¿sí? — Cinturón de seguridad desabrochado, puerta abierta, llaves en mano y puerta cerrándose. Un rápido rodeo al coche antes de abrir la puerta del copiloto…, sólo entonces agarró el antebrazo del americano, ayudándolo a salir con cuidado, no quería que se golpease. — Shh..., despacio; tranquilo.

Una vez fuera, colocó al americano en la posición perfecta para que admirase las vistas nada más deshacerse del pañuelo que le imposibilitaba la visión. Cuando se hubo asegurado de que éste estaba ya desesperándose, se puso de puntillas y, ágilmente, aflojó el nudo previamente hecho hasta deslizar el pañuelo por su rostro, dejarlo caer y regalarle aquellas maravillosas vistas… — Voilà.