Notes

Sáb., 20 de julio,
5:21


Llamada en curso.
Primer tono.

Fin de la llamada.

(…)

« Estoy pensando en ti ».

Ese era, sin atisbo de duda, el mensaje que deseaba transmitirle a su ex-pareja con aquel ‘toque’ de madrugada. Sin embargo, y muy a su pesar, el modo en que pronunció aquellas cuatro palabras, mientras el primer y único tono resonaba en uno de sus oídos, distaba mucho de sonar como una persona sobria: arrastrando de más las eses, haciendo pausas innecesarias y encadenando una palabra tras otra. Cabe añadir, de paso, que alguna carcajada totalmente injustificada y sinsentido abandonó sus labios en el brevísimo proceso.

Cogorza no era el término más adecuado para describir el estado de embriaguez que presentaba la veinteañera aquella noche. Era la primera vez que decidía ahogar sus penas en alcohol, era la primera noche que optaba por salir del apartamento sin tener un plan bajo la manga al que aferrarse para volver enseguida a casa. Aquella noche, quiso recurrir al método al que muchos de sus conocidos acudían: beber para olvidar.
No sabía gestionar la situación, no llevaba bien la distancia, ni el silencio..., a pesar de que intentara convencerse de lo contrario. ¿Eso era lo correcto? Mentalizarse de algo, por oficial y/o definitivo que fuese, no significaba que resultase más fácil.

No obstante, y como era de esperar, a Eleanor se le fue la mano con su propósito. Ingirió muchísimo más alcohol del que estaba acostumbrada a consumir. (Que era entre nada y menos). Empezó la noche en la barra del bar, tomando whisky con fanta de limón. Más tarde lo sustituyó por vodka con piña colada, bailoteando de aquí para allá con sus compañeras. Pronto llegaron los chupitos de tequila, uno tras otro. Algún sorbo esporádico a la bebida de una compañera del trabajo: ron con coca-cola. ¡Un gin-tonic! Ginebra a palo seco. Perdió la cuenta… Perdió la cabeza.

Cuanto más bebía, más recordaba. Cuanto más quería no pensar, más le pensaba. Y lo peor era que… Estaba cachonda.
Y no hacia más que acrecentar aquella sensación imaginando distintos escenarios... Era algo involuntario; instintivo.
Incontrolable. 

Tal vez por esa razón, pasadas las cinco de la madrugada: comenzó a despedirse de todo el mundo. Abrazos por aquí, besos por allá. (…) Una vez en la calle, atinó a pulsar sobre Google Maps para cerciorarse del camino a casa (dado que ni siquiera recordaba dónde estaba). ¡¿Cuarenta y cinco minutos de caminata?! No podía ser cierto. ¿Y si…? ¿Y si iba a dormir la mona a casa de Josh? ¿Estaría lejos? Aún conservaba la llave, quizá era el momento de devolvérsela. Por alguna burla del destino, su casa quedaba a dos calles: cinco minutos de trayecto.

— ¡Hey! Estás aquí. — Aquella voz masculina la despertó de su ensimismamiento y casi tropezó, pero éste la sujetó firmemente de la articulación del codo. — Vas fatal, Frost. ¿Quieres que te lleve o te acompañe a casa?

Durante unos efímeros y silenciosos segundos, la muchacha observó el semblante de Oliver, su jefe, con una expresión risueña. No por el interrogante formulado, sino por aquella idea que se le había ocurrido los segundos antecedentes y que le parecía tan fantástica.

— Voy a dormir en casa de mi ex… — Dijo, soltándose. Arrastrando las palabras, sonriente; decidida. Totalmente dispuesta a ponerse en marcha, y así lo hizo. Ignoró las sugerencias y palabras de Oliver, que todavía, a los lejos, gritaba su apellido.
Eleanor sabía a dónde iba, a dónde quería ir.

Al cabo de cinco minutos posó la suela roja de sus altísimos tacones sobre aquella vieja -y de sobra conocida- alfombrilla. Atinó a meter la llave (al tercer intento) en la cerradura y, milagrosamente, lo hizo en silencio. Sigilosa, como la mejor de las ladronas, caminó de puntillas desde la entrada principal hasta el salón: dejó caer el bolso a medio camino, perdió un tacón próxima al sofá, abrió mínimamente el gran ventanal para que corriera el aire, de vuelta al sillón comenzó a deslizar la cremallera de aquel ajustado vestido hasta que éste descansó a sus pies. (La única prenda que cubría ahora su piel era un culotte de encaje, traslúcido y de color granate).

Iba a poner la alarma, iba a marcharse antes de que él despertara, pero… Sin apenas darse cuenta, ya estaba en el séptimo cielo. Aquel calor de hogar, tan característico, y el aroma del americano por todas partes la arropó, inmeditamente. Bocabajo, con un tacón en el suelo y el otro aún puesto. Una pierna estirada, la otra flexionada. De cara a la superficie mullida que sirve de respaldo.