Notes

Nada más se abrieron las puertas del ascensor, nos metimos en el interior del mismo. Estaba tratando de reprimir una carcajada ante mi último comentario al ver la expresión de incredulidad en la que se había tornado tu rostro, cuando sentí tus manos empujándome contra el espejo. Busqué tu mirada cuando vi cómo acercabas tu boca a la mía, descendiendo mi cabeza para inclinarme hacia ti al mismo tiempo que también mi lengua salía al encuentro de la tuya fuera de nuestras bocas en un cálido, lento y húmedo saludo que no tardó más de unos simples segundos. Sonreí con complicidad al reconocer perfectamente la mueca que había en tu cara, pudiendo intuir lo que se te estaba pasando por la cabeza en ese momento. Poco después las puertas se abrieron y tus manos volvieron a empujarme, por lo que salí de aquella estancia cerrada que estaba comenzando a ahogarme un poco a causa del repentino calor que había recorrido mi columna vertebral.
De ese modo, te dirigí hacia mi coche.
Menos de diez minutos después me encontraba aparcando el vehículo en un hueco que había encontrado a un lado de la acera cerca del sitio al que estaba llevándote. Durante el trayecto me había percatado de un par de cosas tras haber dirigido la mirada hacia ti cuando había pocos coches por la carretera; la primera de ellas, que llevabas puesta unas medias que podían romperse con bastante facilidad; y, la segunda, que no llevabas el sujetador puesto. Traté de olvidar ambas observaciones para ser capaz de comportarme esta noche, pero no pude evitar fijarme en ello igualmente.

Caminé contigo a mi lado y con nuestros dedos entrelazados hasta la puerta del local al que te llevaba, dejándote pasar a ti primero una vez que habíamos llegado al mismo. Al ser jueves, el sitio no estaba muy concurrido y tenía pinta de que el billar estaría libre para nosotros toda la noche. Saludé al encargado del lugar, ya que se trataba de un amigo bastante cercano, y le pedí al camarero con el que crucé la primera mirada que nos trajera un par de cervezas y una pizza para cenar. Escogí uno de los asientos cerca del billar mientras me quitaba la chaqueta y la dejaba apoyada sobre el respaldo de la silla, percatándome de que tenían algo de rock puesto de fondo en un volumen muy bajo, lo cual me hizo sonreír.
- Y bien. ¿Sabes jugar al billar? Porque como me digas que no voy a estar riéndome de ti toda la noche.