Notes

Voy a correr el riesgo.

Aunque eso, en parte, signifique volverte un poquito más loco. Aunque me arriesgue a recoger lo que yo misma sembré: no me escribas / necesito tiempo / no quiero hablar contigo. Por ejemplo.
Pero, no me importa.

No me importa porque hace un tiempo me prometí no volver a cometer los mismos errores y, aunque en la última conversación que mantuvimos no me comporté bien, lo admito, no quiero dar marcha atrás en el tiempo y convertirme en una persona tan desconfiada sólo por el temor que sienta.

Te echo de menos.
Te echo (mucho) de menos, Josh.
Y lo siento. Lo siento en el alma pero no estoy dispuesta a que el tiempo transcurra y tú no estés. No puedo soportar la simple idea de que los días vayan convirtiéndose en semanas y no estés. No hablar, quedarnos estancados en un punto en el que, a pesar de, estoy casi convencida de que ninguno queremos estar.

Es probable que en este momento, sientas algo parecido a lo que experimentaste hace dos agostos; cuando (por fin) te escribí. O que estés pensando que soy una caprichosa y que si pongo yo el punto final, sí; pero si lo haces tú, no. Y créeme, no se trata de eso en absoluto. Pero es que... Te necesito. Aunque trate de convencerme de lo contrario, esa es una verdad universal contra la que no puedo luchar. Eres superior a mis fuerzas y, pese a que sé lo egoísta que puede sonar ésto: prefiero que estemos mal, pero manteniéndonos cerca. A estar peor, y ni siquiera tenerte a mi lado.
Ni yo dependo de ti, ni tú dependes de mí. Pero me cuesta imaginarme una vida si tú no estás ahí, dándome por culo día sí y día también.

Hace unos días me dijiste que ojalá pudiésemos estar en el mismo punto en el que estábamos hace un mes y yo te dije que era imposible. Pero si me pongo a mirarlo desde una perspectiva fría y racional; no lo es. ¿Por qué? Porque contigo lo imposible, es posible.
Somos nosotros y, pese a estar heridos, sé lo que hay en nuestro corazones.

Te echo de menos.
De verdad.
Sé que a una parte de ti le tengo que estar cayendo muy mal ahora mismo; y que recibir este mensaje ni siquiera te hará sentir un ápice de alivio. Pero, Josh, tú y yo somos mucho mejor que todo esto. Lo sé. Quiero decir, hemos superado las cosas y, sobre todo, hemos podido hablar de ellas. Yo sé que ni yo entiendo cómo te sientes, ni la repercusión que mi actitud tuvo en ti; ni tú lo haces conmigo.*
(*) No, al cien por cien; no me malinterpretes. Es complicado ponerse en el lugar del otro y verlo (o sentirlo) todo desde ahí.

Lo que no podemos hacer es, esto. De eso sí estoy segura. Porque no nos lo merecemos. Sé que tengo muy mal pronto, que soy una rencorosa muy asquerosa; y que a veces me vendría bien una hostia. (Ésto es cosa de familia, ya sabes). Pero lo último que yo he querido en mi vida, era hacerte daño.
Ni fallarte.
Supongo que, aunque estuviese muy ocupada recordándote el daño que me has hecho, en el fondo saber que te había fallado también estaba consumiéndome. Porque comparo las situaciones y, no; no debería. Eso no es justo. Porque ni somos iguales, ni sentimos de la misma manera.
No digo que vaya a ser tarea fácil porque ahora cada uno tiene sus propios fantasmas, pero las misiones imposibles entre tú y yo no existen.

Te echo de menos... Puf.
No puedo dejar de pensar en ti. Ni quiero dejar de hacerlo, he ahí el problema. A estas alturas, creo que es peor sentir el corazón vacío a tenerlo roto. Porque, por lo menos, estando en mi vida: esos pedazos laten y buscan el modo de reconstruirse, pero sin ti...
Sin ti no puedo.

Perdóname, por favor.
Necesites el tiempo que necesites, intentaré respetarlo. Te lo prometo si hace falta. Pero no te vayas; no te alejes; no me dejes.
No te rindas...

Quédate.
Quédate conmigo.