Notes

Trabajar con la persona que amas tiene muchos pros. Por ejemplo, laborar para una misma causa o mismo objetivo implica que la pareja persigue valores e intereses similares, haciendo que exista más comprensión entre ambos; otro ejemplo es compartir pequeños espacios, normalmente cuando los dos tienen sus empleos el tiempo para verse es escaso. Sin embargo también tiene contras. Al estar tanto tiempo juntos pueden caer en la rutina o perder la individualidad, otro caso es llevar los problemas de casa al establecimiento donde trabajan o finalmente exponer la intimidad. Mil cosas mal podían pasar entre Benedict y Olivia, pero ellos no se habían fijado en eso, la realidad es que el hospital había sido el lugar donde se conocieron, donde su amor nació y no sentían necesario tener que separarse para poder seguir juntos. Pero no todo podía ir perfecto.

La mañana recién empezaba para algunos, el reloj marcaba las nueve y quince, pero Benedict y Olivia apenas salían de la primera cirugía del día, se miraban con una sonrisa en sus labios victoriosos por lo bien que había salido, lavaron sus manos en silencio y con tranquilidad. La mayor parte de personas que habían compartido quirofano con ellos no podían quitar la vista de encima, es que la química del par podía palparse, no solo su legítima conexión sentimental sino el buen vínculo de trabajar juntos, como si supieran lo que el otro estuviera pensando y eso era bueno para los pacientes. Por eso el índice de decesos del cirujano era bajo, porque tenía a su anestesióloga de confianza. Benedict le dio un beso en la frente a su esposa y se encaminó a dar las buenas noticias a los padres del pequeño niño que acababan de intervenir por una atresia biliar, la mujer que hace un rato estuvo llorando por los nervios ahora lo abrazaba con fuerza en manera de agradecimiento. Sin lugar a dudas era la parte más reconfortante del trabajo que el británico realizaba. Llevar buenas noticias a una familia y mejorar la calidad de vida de un infante.

York caminaba por los pasillos del London Bridge Hospital de tan buen humor que saludaba a todo aquél que se cruzara por delante, siendo más amable que de costumbre decidió dar visita a los niños de post operatorio entrando a cada habitación con gelatina de todos los colores. Parte de ser pediatra es dejar los problemas de lado y mostrar la mejor cara a los mini pacientes, porque ellos pueden absorber la energía, los miedos, las inseguridades. Y la profesión iba perfecto en él, pues en ese momento su esposa estaba embarazada.

Benedict York siempre fue un hombre hogareño, muchos lo atribuían a su signo zodiacal (cancer) pero la verdad es que su madre le había heredado todo ese amor por la familia, siempre supo que quería ser padre, en algún momento de su vida iba a tener un bebé a quien cuidar, a quien poder brindarle amor incondicionalmente y demostrarle todo lo que su madre le había enseñado. Quizás era parte de la naturaleza humana el buscar dejar descendencia. No importaban las razones por las que él pensaba de esa forma, sino que realmente estaba enamorado de la noticia, de que ahora en el vientre de la mujer a quien más ama en el mundo se encontraba el fruto de ese amor. Entonces el nexo entre Ben y los niños que estaban en el hospital ahora tenía mucho más significado emocional.

Pero había otra parte de su trabajo, la que menos le gustaba y era lidiar con las madres de esos niños. Mujeres que tenían necesidad de sentir ese vínculo afectivo también, desesperadas y tristes por la condición de sus hijos, ansiosas de llamar la atención de ese médico atractivo que era tan bueno con su retoño. Aunque no solo pasaba con las madres. Era algo más general, la mayor parte del personal femenino sentía una especie de atracción al ver a un hombre ser tan dulce interactuando con un menor. Luego de las rondas se acercó una de las nuevas internas de cirugía, todo el día estuvo tras el cirujano, pues era su turno en la rotación de pediatría. Llevaba su cabello morocho suelto hasta la cintura, aún con el uniforme básico del hospital podían verse las curvas de su cuerpo, de tez latina la joven era bastante atractiva pero lo que le llamaba la atención a él era el hambre en sus ojos almendrados. La muchacha muy atenta a cada palabra que le tenía que decir, siempre un paso adelante, curiosa, y ligeramente atrevida, le recordaba a él mismo en su época estudiantil. En las pocas horas que estuvieron juntos Benedict vio el potencial en ella, lo que no pudo notar fue la manera en que ésta le coqueteaba. Olivia, por otro lado, sabía que la chica estaba pasando los límites entre ser considerada y ser osada.

A ella le molestaba ver a su esposo inclinarse sobre otras mujeres y notar la forma en que les sonreía como si nada, mas no decía palabra alguna porque sabía que las hormonas del embarazo podrían ser las culpables de esa desconfianza que sentía. De igual forma, estaba irritada. Su buen humor por las victorias del día ahora estaban empañados con la risita de la joven que tocaba el brazo de su marido de forma atrevida, se sentía fuera de lugar, como si ella no pintara en el cuadro, y en el fondo la entristecía. Era una mezcla de emociones barbara, desgastaban su ánimo, por eso cuando Ben fue a darle un beso corrió el rostro y lo ignoró siguiendo su camino hacia el baño. Es que le parecía increíble que no se diera cuenta de lo descarada que era la chica, nunca notaba cuando alguien quería algo más con él y con toda esa mezcla que experimentaba tampoco andaba con ganas de dejarlo pasar.