Notes

Encontrarte: El cosmos colisiona, hay un momento de silencio en donde dos partículas, se alejan flotando a la distancia. Una vez pertenecieron a la misma estrella luminosa, moribunda, inexplicable. Y ahora vagan sin rumbo fijo, hasta que vuelven a encontrar un espacio donde situarse, un espacio en el cual puedan crear más estrellas. Pero no están en armonía. Y las estrellas que crean por separado, no brillan de la forma en la que lo harían estando en el mismo espacio. No están incompletas tampoco. Simplemente no se sienten como magia. ¿Cuál es entonces, la probabilidad de que en este basto universo, vuelvan a estar juntas? En esto, se resume la primera parte de nuestra historia, Kwan: el encuentro. O como en mis fantasiosos sueños de estrellas perdidadas, quisiera llamarle el re-encuentro.
He conocido a una absurda cantidad de personas a lo largo de mi vida. Ya que soy muy variable, tuve épocas en las que me gustaba estar ridículamente sola y otras, en las que me faltaba la respiración si no estaba acompañada. Esas son las fases, las fases sobre mí. Pero dentro de estas fases, me di cuenta de que muy pocas de las personas con las que me rodeaba, valían la pena. Creí, incluso, que me había rendido con respecto a conectar con alguien nuevamente. “¿Para qué?”, me lo preguntaba a menudo. Todavía no tengo la respuesta, ¿para qué amamos? ¿De qué sirve todo esto, si el día de mañana puedo no volver a ver la luz del día? No lo sé, Kwan. No lo sé. Pero lo que yo decido creer, es que por casualidades, quizá no tan casuales, un día te encontrás con una persona que cultiva tu alma y se adhiere tanto a quien sos, que su escencia marcha con vos, no solo esta vida, sino también en las que le siguen. También, decido tomar eso como mi definición de amor: alguien que le suma ‘algo’ a quien sos. Que te hace crecer, que te entiende, que respeta tus tiempos, que te acoje, que no te juzga, que entiende que como humanos estamos irremediablemente predispuestos a errar y que cuando lo hagas, cuando finalmente te equivoques, va a comprenderlo. Pero sobre todo te va a impulsar a no hacerlo nunca más.
Ahí es donde vos entrás. Un jueves trece, no recuerdo el clima, ni cómo se sentía el mundo. Pero te recuerdo a vos. Y las tres mil tonterías que te dije, queriendo arrancarte una sonrisa, porque te sentías como el tipo de persona que no lo hace muy a menudo, pero que cuando finalmente se decide, deslumbra. ¿Cómo se conecta tan rápido con alguien? ¿Cómo puede existir un ser tan precioso, que en dos horas ya me tenía comiendo de la palma de su mano? Hay esto que aparentemente todo el mundo quiere sentir y que es algo que jamás esperé para mí (curioso como todo lo que a veces no se espera, llega) y es que en ocasiones cuando por fin te re-encuentras con tu estrella, decís “de aquí soy.” De aquí soy, Kwan. Y lo supe a las dos horas y treinta y tres minutos. O no lo sé, quizá lo supe antes, quizá lo supe desde el instante en que me llegó tu primer mensaje. O desde el segundo en que lograste que mi corazón se saltara un latido. O la primera vez que nos dijimos que nos queríamos. O cuando no hizo falta decir que nos queríamos, porque nuestros cuerpos estaban expresándolo en su propio lenguaje.
Te encontré. Y me resulta tan mágico, como inexplicablemente aterrador. Sos mi hogar. Y me haces brillar tanto como estaba destinada.