Notes

Me quería ir de allí, no soportaba el hecho de que siguiera pisotéandome. Lo quería como un buen amor sabe querer, sí, pero en este caso la única que quería era yo.
Esperé alrededor de veinte o treinta segundos más y como no tendría respuesta alguna aseguré el bolso en mi brazo y me di la vuelta. Ahí pude ver cuán chicos estábamos siendo entre tanta multitud de gente. Miré para mi izquierda y luego para mi derecha, no sabía para dónde empezar a caminar. A casa no iría; estaba tan sensible que cualquier reto o mala cara de mamá me haría llorar. Por un momento pensé en ir a lo de mi tía, o a lo de mi sobrina, pero el problema era mío y no necesitaba consejos. Lo que me hacía falta era hablar conmigo misma.
Coloqué mi mano izquierda en el bolsillo de mi chaqueta y ya deseando largarme de ese lugar di los primeros cinco pasos. Observé por arriba de mi hombro y Joaquín ni siquiera se había percatado de eso. Cerré mis ojos y eso fue suficiente para que al abrirlos empezara a correr agua por mis mejillas. Traté de taparlo secándome la cara pero fue en vano; pocos segundos después otra avalancha de agua se volvió a posar y esta pobre enamorada cayó sin cesar. Un chico tenía los ojos fijados en mí, y otro en Joaquín. No sé de qué estarían hablando. Lo que sí sé es que estaban al tanto de mi llanto y no les gustaba nada. Por qué no tengo la menor idea; porque si bien todos nos alarmamos cuando vemos a alguien mal, estos dos sujetos ni siquiera me conocían. ¿Acaso el hecho de que una mujer llorara los conmovía tanto a tal grado de quedarse perplejos?
Sea como sea, no me fijaba en ellos. La punzada en el pecho era tan grande que sólo me dejaba pensar en Joaquín.
Mordí apenas mi labio inferior, volví a colocar mi mano izquierda en el bolsillo de mi chaqueta y di otros cinco pasos más. El creer que me estaría mirando me volvía loca, pero, ¿por qué habría de hacerlo ahora si hasta entonces nunca lo había hecho?
Recordé la vez en que lo vi por primera vez y no pude evitar maldecir. Ese chico había causado tanto en mí que las barreras de protección ya no existían, y en verdad lo detestaba. ¿Cómo era posible que un simple recuerdo tuviera tanto peso?
Quería resolverlo y terminar con esa incógnita de una vez por todas, pero aún así seguí mi camino. Me quería alejar y terminar con ese infierno; mi corazón poco a poco moría y sí que dolía. Por un momento quise mirar para atrás, mas por alguna extraña y buena razón me contuve. Mis pies no dejaban de avanzar y mis ojos cada vez largaban menos agua. No hacía frío y tampoco calor. O tal vez sí, pero me estaba sintiendo tan contenta conmigo misma que en lo que menos pensaba era en eso. Sabía que no lo volvería a ver, y aunque en ocasiones me sentiría mal, triste y sola, estaba consciente de una sola cosa; debía dejarlo, y es que solamente así no sufriría y aprendería a amarme a mí misma.