Notes

Rodillas contra el colchón. Piernas abiertas y dispuestas a que suceda lo que tenga que ocurrir. Muslos contra muslos. Perfecta adaptación sobre la anatomía masculina. Jodida acomodación sobre la cintura ajena para conseguir una mayor libertad de movimiento en los minutos venideros. Es el momento. Ni siquiera el aire los separa. Liberar, sin florituras, su erección. Sostenerla bajo el calor de la mano diestra. Proceder a inclinar ésta unos cuantos grados norte para así poder deslizarse, a posteriori, con ritmo. Contonear la voluptuosidad de las nalgas. Encajarla con el calor que emanan sus labios. Vaginales. Dejar el rastro húmedo, denso y pegajoso de su evidente excitación. Iniciar la masturbación. Piel con piel, por fin. Arrastrar, desde abajo, las caderas para jugar a tantear con la humedad su entrada (vaginal) cuando finalice el movimiento. Empujar con ayuda de la mano hacia el sexo femenino. Friccionar. Y restregarse con ahínco y opresión. Ganas insaciables. Arriba, y abajo. Abajo..., y arriba. Retumbando. Sucesivamente. Sin control. Sin censura. Sin tabúes. Masturbar cada centímetro a base de labios, contención y fluidos naturales. Arrastrar consigo su piel. Provocar el esperadísimo encuentro entre glande y clítoris. Sacudir con suciedad la polla. Hacerla palpitar sonoramente sobre la abultada hinchazón. Mecer las caderas al compás, buscando a dos bandas más placer. Adaptar las cinco falanges restantes en torno al cuello masculino. Mantenerlo a raya. Inmóvil. Mientras las caderas marcan una simulación de embestidas. Un bote. Dos. Tres. Golpear y maltratar su miembro a base de deseo y desesperación. Suena el eco de dos cuerpos que se buscan, pero no se terminan de encontrar. Palpar su torso y obligarle con ambas extremidades a tumbarse sobre la mullida superficie. Comprimir su miembro con premeditación y alevosía. Hacerlo jadear. Maldecir. Suplicar. Son protagonistas la brusquedad, el descontrol y la sobreestimulación sexual. Ansiar la penetración. Necesitarla. Anhelar montarle como nunca se lo han hecho. Preparada para galopar cual yegua en celo. Columpiarse sobre la firmeza. Bambolearse hasta sentir el glande abarcar el punto de partida. Despeñarse sin esfuerzo. Contraer repentinamente sus paredes. Separar los labios para demostrar su gozo. Profundizar un poco más. Unos centímetros más. Introducir hasta el alma y recrearse en ello unos eternos segundos.