Notes

A pesar de que el ansiado momento hubiese llegado, la mirada del veinteañero volvió a condensarse, una vez más, sobre el paquete que portaba entre manos. ¿Qué debía de hacer con él? ¿Conducirlo hasta el interior de la vivienda…? ¿Dejarlo, quizás, junto a la entrada principal? Dubitativo, el muchacho procedió al ingreso de la llave en las entrañas de la cerradura, generando como resultado la posterior y natural apertura de la puerta.

Hogar, dulce hogar.

Una vez hubo alcanzado con éxito el espacio destinado al recibidor, las facciones del americano comenzaron, poco a poco, a iluminarse. ¿Un camino de velas? ¿Pétalos de rosa…? Alto, alto, alto. ¿Qué era todo aquello? Pero sobre todo, ¿a dónde conducían? Tendría que averiguarlo.

Presente en mano, el joven avanzó por el pasillo. ¿Su destino? Aparentemente, la cocina. Sería allí, junto a las proximidades de la holgada encimera, donde descubriría la primera de las sorpresas materiales con las que, Eleanor, le obsequiaría a lo largo de aquella misma tarde-noche.

(…)

Revelada la pulsera de plata, atravesado un nuevo pasillo henchido de fotografías y visionado, aunque efímeramente, alguno de los clips existentes en la memoria del proyector, el veinteañero orientó y detuvo su caminar frente a la última nota manuscrita. Convencido de que su mayor regalo se encontraría justamente tras el umbral, no tuvo que pensárselo dos veces: descubierto el dormitorio, el muchacho se adentró en su interior sin siquiera prestar un mínimo de atención a los detalles que lo adornaban.

Todo cuanto quería.
Todo cuanto anhelaba.
Todo cuanto deseaba, se encontraba representado en la figura femenina. No en los pétalos. Tampoco en el sobre que, desde hacía unos escasos instantes, estaban intentando entregarle.

— Feliz aniversario, El. — Comenzó a susurrar, al mismo tiempo que depositaba con delicadeza y sobre las piernas de su pareja, la caja que hasta aquel momento había portado. — Te amo. — Agregó inmediatamente después, nada más haberse agachado junto a los labios femeninos.