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La mirada del veinteañero, que hasta aquel momento se había mantenido firme y constante sobre el parabrisas del vehículo, fue encaminada gradualmente hasta la figura del copiloto. — ¿Y bien…? — Consultó, con una naciente sonrisa despuntando entre las comisuras de sus labios. — Qué me dices, ¿te suena? — Adicionó prácticamente de inmediato, a pesar de conocer la respuesta a su pregunta: aquel paisaje rural, propio de la Provenza francesa y tan próximo a la ciudad de Cannes como a la frontera italiana sería, con un poco de suerte, territorio desconocido para su pareja.

Con la vista ya de regreso sobre la carretera, el muchacho instó a Eleanor a abrir la guantera. — ¿Te importaría leerme las indicaciones que figuran en el interior del sobre blanco? — Y así, tomando como excusa el olvido de una dirección, el americano aguardó al descubrimiento de la sorpresa. Dentro del envoltorio de papel yacía un mapa manuscrito, unas señas y unas imágenes del pueblo en el que harían escala aquel mismo día. — Feliz primer aniversario. — Murmuró, a medida que trasladaba una de las manos desde la superficie del volante hasta la mejilla femenina más próxima a su ubicación: espacio sobre el que seguidamente depositaría una lenta carantoña.
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Nada más tomar asiento en el interior del vehículo, la curiosidad e intriga de la muchacha, aumentó considerablemente. Ni siquiera se molestó en ocultarlo. ¿A dónde irían? Intentó estar atenta a las señales de tráfico (ya que, en principio, parecía que él no desvelaría nada) pero entre que en términos geográficos Eleanor era horrible; y que para ella aquellos nombres de pueblos o ciudades le sonaban todos a chino: se sentía perdida.

Ilusionada y esperanzada con conocer el nombre de su destino, la veinteañera abrió la guantera. Y allí, en el interior de un sobre blanco, encontró un puñado de indicaciones que no dudó en estudiar detalladamente. Una a una, rápidamente. Poco a poco, su rostro fue iluminándose. De nuevo, una de esas sonrisas que le llegaban hasta los ojos… — ¿En serio? Pero, ¿y cuándo has planeado ésto? ¡¿Y por qué nunca me pones al tanto?! — A pesar de que sonara a regañina, el tono, la expresión facial, esa sonrisa: indicaba todo lo contrario.

Tras recibir la carantoña, sostuvo unos segundos más su mano para llenarle de pequeños besos el dorso de ésta. — Creo que voy a llorar. Feliz aniversario, mivi…
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« ¿En serio?
Pero, ¿y cuándo has planeado ésto?
¡¿Y por qué nunca me pones
al tanto?! »

Complacido, sonriente y risueño, el americano llegó a preguntarse interiormente si su pareja conocería la razón existente detrás de una « sorpresa ». — De habértelo contado… — Comenzó diciendo, en voz baja. —… hubiese perdido su esencia. — Añadió, conforme identificaba los labios femeninos desplomándose sonora y afectuosamente sobre el dorso de su propia mano. — Todo cuanto puedo adelantarte… es que hoy cenaremos en un lugar único. Y ahora… — Tras recuperar el uso y manejo de su extremidad, el veinteañero conectó la radio, delegando en la morena la búsqueda de algún canal que a ambos llegase a agradar. — ¿Ponemos un poco de música?
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« De habértelo contado…
… hubiese perdido su esencia. »

La mirada que entonces le dedicó la morena fue mortífera. « Ja, ¡ja! ». Aunque, pronto cambió la expresión; para darle un pequeño mordisco en la primera falange que tuvo próxima a su boca.

Eleanor, decidió no insistir más en conocer los detalles de aquella sorpresa por el primer mes de casados. Volvió a acomodarse y recolocarse sobre el asiento. Durante unos minutos, todo cuanto hizo: fue mirar por la ventanilla y pensar, en lo que dejaban atrás. Una sonrisita comenzó a decorar su rostro justo cuando escucho la sugerencia del americano. (…) Decidió conectar su teléfono móvil para ser ella misma quien eligiese la música que los envolviera en aquel viaje. La primera fue: [ https://bit.ly/2OcZsrL ]. Lose Control, de Matt Simons. — Iba a poner otra, pero esa será la próxima. Ésta me parece bastante acorde con el momento. — Alegó, con un brillito especial en los ojos, mientras dejaba el móvil descansando sobre sus muslos.
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A pesar de que aquella fuese la primera vez que escuchaba hablar Matt Simon, el veinteañero aguardó, con expectativa y curiosidad, la llegada de los primeros compases de su canción, emulando de ese modo el sentimiento de emoción que desprendía el semblante femenino.

Por increíble y sorprendente que pudiese resultar, le gustó. Le gustó tanto que se atrevió, incluso, a dirigir nuevamente la mano derecha hasta una de las piernas de Eleanor: la más cercana a su ubicación, para ser más específicos. Una vez allí, mientras el aire se filtraba a través de las ventanillas y el ritmo de la música le inspiraba, se dedicó a reproducir una secuencia de intermitentes y alegres caricias hasta que, finalmente, optó por afianzar la mano sobre el muslo de su pareja. — ¿Crees que nosotros podremos recuperar algún día ese control del que habla? ¿O lo hemos perdido irremediablemente? — Murmuró, al mismo tiempo que comenzaba a remolcar -con extremo sentimiento- la yema de su dedo pulgar bajo la dermis femenina.
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La mirada de Eleanor, que se encontraba perdida entre el camino que estaban recorriendo y, a su vez, estaba mentalmente concentrada en la letra de la canción; viajó hasta la extremidad masculina cuando sintió allí su tacto y su calor. Aquel simple gesto, volvió a sonsacarle una nueva sonrisita: y no dudó en atrapar parcialmente sus dedos con la mano izquierda, y acariciarle el dorso sin cesar, con ayuda de la derecha.

Podría decirse que, la voz masculina, la despertó de su momentánea ensoñación. ¿El amor del que tanto había leído y visualizado en la pantalla se parecía a «¡eso!»? ¿Era así? No podía creerse que, con nueve meses a las espaldas desde que aceptó salir con él, más los ocho que arrastraban desde que se conocieron, y ese primero de casados; esa cosquillitas en el corazón fuesen a más. Ese sentimiento no hacía más que creer. Y la vehemencia del aleteo de infinitas mariposas en la boca del estómago, se lo re/confirmaba. — Lo perdimos, hace mucho. Pero esa es un gran noticia. Significa que nos hemos implicado, que confiamos, que nos tiramos de cabeza porque sabemos que el otro, está. — Afirmó, mientras la extremidad izquierda volvía a coger el teléfono móvil para escoger la segunda canción: [ https://bit.ly/2OgSbqI ]. Do you stil feel? De, Rain Man & MAX. — Esta canción me trae un montón de recuerdos. A ver si sabes por qué. Para mí representa una etapa. El principio de la mía: sin miedos, sin fantasmas ni inseguridades.
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El veinteañero se mantuvo unido, aferrado y vinculado a la epidermis femenina todo cuanto le fue humanamente posible, antes de restituir la mano sobre el volante. — Creo que… — Apenas unos segundos después de haber materializado con destreza un par de curvas complejas, divisó el nombre que desde hacía unos minutos andaba buscando. Tan sólo les separaban seis kilómetros de su destino. — Creo que esa nueva canción puede recordarte, aún a riesgo de fallar, al verano de dos mil diecisiete. — Transmitió, sin dejar de prestar la atención debida y requerida a aquello que tenía delante. — ¿Tuvo algo que ver en la decisión que tomaste? Es decir, en volver a escribirme. — Se interesó en saber, aprovechando la cercanía del primer paso de cebra existente en el pueblo para aminorar la marcha y ceder el camino a una familia: instante que aprovecharía para virar el rostro hacia el de su pareja y observarla. Observarla con auténtica devoción.
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« ¿Tuvo algo que ver en la decisión que tomaste? »

Con la mirada (una vez más) perdida, observando el paisaje y, poco después, las primeras calles del pueblo a través de la ventanilla; meditó durante unos segundos la contestación. No iba mal desencaminado, pero siempre había algo más allá. No era tan simple. — En cierto modo, podría decirse que sí. Fue algo así como cuando vi en la televisión, el anuncio de Oxford con el hashtag never give up. Me descolocó. No soy alguien que crea demasiado en las señales, pero… Todo me llevaba siempre a ti. Antes o después. Te metiste en mi piel mucho antes de tocarme. Me llegaste al corazón antes de siquiera permitirte la entrada. — Antes de seguir, se aseguró de poder mirarle mientras lo hacía: para ello, giró con levedad su cuerpo y rostro sobre el asiento. — ¿Por qué iba a dejarte escapar cuando lo único que hiciste en más o menos tiempo fue hacerme bien? Hacerme feliz, Josh. Darme una estabilidad que nunca tuve. Contigo me sentía…, viva. Cuando aparecías, te quería todo el tiempo conmigo. Y cuando debías irte, todo cuanto deseaba era retenerte. Nunca, en serio, jamás había conectado así con nadie. — ¿En qué punto de relación estaban para que Eleanor pudiese hablar tan abiertamente de sus sentimientos? Mirándole a los ojos, ni más ni menos y, con [ https://bit.ly/2ORVVw8 ] música de fondo. — Me costó comprenderlo, y me llevó tiempo asumirlo. Ser valiente. Pero sí: eras tan para mí como yo lo fui siempre para ti. Tú eres mi historia, Bennett; y yo soy la tuya.
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Afortunadamente para el americano, la exposición oral de su pareja le sorprendió una vez hubo detenido la marcha frente a la hermosa y encantadora casita que había alquilado para pasar juntos la noche.

« (…) No soy alguien que crea demasiado en las señales, pero…
Todo me llevaba siempre a ti. Antes o después. Te metiste en mi piel mucho antes de tocarme. (…) ».

Después de remover en silencio el cinturón de seguridad y de proceder a la gravitación sobre su propio asiento, el veinteañero alcanzó el objetivo estimado: quedar emplazado, ni más ni menos, que frente a su pareja.

« (…) eras tan para mí como yo lo fui siempre para ti. Tú eres mi historia, Bennett; y yo soy la tuya ».

Antes de que Eleanor pudiese completar su particular discurso, el joven movilizó una de las manos en busca del semblante ajeno. Convencido de que la piel del culito de un bebé no podría compararse ni competir con la suavidad que en aquellos momentos estaba experimentando bajo los dedos, la acarició. La acarició gradualmente, disfrutando del instante. Del presente. — Tienes una sonrisa que me hace olvidar las veces que he llorado. — Confesó al cabo de unos segundos, en voz baja. Lo reconoció mientras disminuía la distancia que separaba una boca de la otra, aunque sin apartar la mirada de la ajena. — En esta y en todas las vidas que sucedan, seremos. — Se dijo, a medida que tomaba entre sus manos el rostro contrario. Prometiendo entre susurros.

Nunca dejarían de ser, pasase lo que pasase.
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« Tienes una sonrisa que me hace olvidar las veces que he llorado. »

Nada más escuchar aquella frase, los iris femeninos se clavaron en los de su chico. Con fijeza; admiración. Dilatándose. Aquella esporádica confesión había sido…, para ella, insuperable. Había conseguido transmitirle (seguramente) mucho más de lo esperado. Consiguió, inclusive, emocionarla. Empañar su mirada, de purísima felicidad. Qué feliz era, qué afortunada. Y, en un gesto que para ella denotaba complicidad y confianza (tras haberse desabrochado correctamente el cinturón), se aproximó hasta él.

Frente con frente. Sonrisa en los labios. La yema de sus dedos adaptándose a la nuca masculina, arrastrándose hasta el lateral del cuello. Y un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas, precipitándose… Aunque, sin perder el contacto visual. Aquel brillo en sus ojos, aquella luz que irradiaban cuando estaban juntos; era, sin atisbo de duda, real. Aquella historia sí sería sempiterna.

« En esta y en todas las vidas que sucedan, seremos. »

No le cabía duda de ello. Por ello, sintió una imperiosa necesidad de sellar aquella promesa con la unión de sus labios. Con un beso. Un beso casto; amoroso; de puro sentimiento. Sonoro, a pesar de su brevedad y con la extremidad femenina trasladándose a la altura de su oído, repeinándole allí con la ayuda de sus dedos. Tan próxima a sus labios, que sentiría cada palabra cuando éstos comenzaran a moverse. — Tú y yo, mivi.

26 de septiembre.
     
 
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