Notes

El día había llegado.
El día de su boda había llegado.
Y ya no había marcha atrás, que iban a casarse en París era un hecho. No porque lo marcase el calendario de su agenda, tampoco porque la noche anterior el muchacho decidiese marcharse para no verse antes de la boda. Más bien, por el ajetreo de mañana que había tenido en el interior del apartamento francés.

No necesitaba ayuda para el vestido. Y en caso de que así fuera, probablemente a la peluquera que le estaba echando una mano con el recogido, y el maquillaje para la ceremonia no le costaría en absoluto ayudarle para ascender la cremallera de la parte superior.

Perdió, sin atisbo de duda, la noción del tiempo. Desconocía si éste hasta la hora prevista había transcurrido volando o pasado tan lentamente que el nerviosismo propio de la fémina se tornó casi agonizante. ¿Era normal sentirse tan nerviosa? ¿A pesar de estar segurísima de dar el paso? Fuera como fuere, esas mariposillas en el boca del estómago parecía que se habían multiplicado en el día de hoy. Lo mismo que en esas reconocibles cosquillitas en el corazón. Qué malditos nervios...

(...)