Notes

Escribir siempre ha sido mi puerta de escape para todo. Plasmar lo que anhelo, siento, extraño o simplemente veo es lo que me ha funcionado siempre cuando quiero quitar de mi todo eso que llevo guardado. No he sido de aquellas que puedan entablar una estrecha amistad con cualquiera. Por lo que contar mis problemas no ha sido fácil cuando una persona me entregaba su confianza a cambio de la mía. Redactar cartas que nunca llegaban a su destinatario era mi hobby a los 14 años. Todas estas terminaban en algún rincón de mi habitación esperando ser leída alguna vez por la persona hacia quién iba dirigida. Escribía en silencio. Con lágrimas a flor de piel, y la mano temblorosa. No conocía de gramática, simplemente era yo y ese pedazo de hoja que hallaba con el fin de desfogarme en esas palabras. Eran cartas de un corazón roto esperando a ser unido de un solo abrazo tan reconfortante que me hiciera olvidar que alguna vez pensé en no continuar sobre esta faz. Eran palabras, que al día de hoy aún recuerdo. Mis sentimientos corrían junto con la tinta de aquel plumón oscuro. Sentada en un rincón de la habitación es cuando sentía la necesidad de poder decir todo lo que mi alma callaba. No es fácil para uno guardarse eso, pero es muy fácil acostumbrarse cuando ha sido así todo el tiempo. Mi vida nunca ha sido color rosa, por más que intentase colorearla de esa manera, con las crayolas que me compró mamá. Incluso recuerdo que desde pequeña me regalaban diarios donde no siempre tuve la libertad y privacidad de escribir lo que yo quisiera. Como decían en mi familia: “Son cosas de infantiles inmaduros”. No los culpo, porque sé que no entendían que hasta el corazón de un bebé con apenas meses puede sentir de todo. Si no, ¿Por qué dicen que los pequeños se sienten fastidiados cuando los miran mal? No ha sido hasta que pasé a secundaria cuando por fin podía redactar mis ideas en cualquier cuadernillo que tuviera. Mi intención no era tener una perfecta agenda con las mejores de las historias. Nunca fue alardear por la mejor ortografía o caligrafía, cuando eso era lo menos que me importaba si de lo que me aquejaba se trataba. Incluso una hoja usada me servía para trazar pequeños dibujos que me identificarán en el momento. Los cambios tan fugaces han sido motivos de muchas de esas cartas, y aunque escribiera seguía sintiéndome mal de no poder cambiar nada con las pocas posibilidades que tenía en ese entonces. Extrañar fue todo lo que me quedó, y aunque fuera duro, a mi edad quedaban aún muchas otras cosas por conocer. Fue caro el precio que pagué por perder a tantas personas en mi vida, aún a mi corta edad. Las despedidas nunca han sido de mis favoritas cosas en el mundo y probablemente nunca lo sean. Jamás estaré preparada para decir “Adiós” a personas que quiero con todo mi corazón. Sé que cuando me toca despedir a alguien las primeras en aparecer son mis lágrimas. Me da tanto pesar que alguien tenga que separarse de mí, que creo es por eso he aceptado el hecho de que aunque no me quieran aún sigan existiendo en mi vida. He aceptado no sentimientos, a cambio de no indiferencia. Y vaya que me ha dolido demasiado. No ha sido fácil, creo que para nadie hoy en día lo es. Conseguir tus sueños se está volviendo algo más complicado cada día a mi parecer.








Yo siempre he tratado de plasmar mis sentimientos en letras, para que estos no me asfixien; pero qué pasa cuando no encuentras las palabras adecuadas para expresar lo que siente tu alma, cuándo los sentimientos se atoran y no te dejan siquiera pensar, que pasa cuando ya no quieres ni escribir, por que al hacerlo solo te recuerda lo que tanto deseas olvidar


A lo largo de mi corta existencia he ido descubriendo nuevas pasiones, amistades, lugares, canciones, y motivos por los cuales continuar con esta rara ciencia a la que llaman vida. Que, ni con 3 horas de clases, pude definir en su totalidad. Probablemente aún me falte mucho por encontrar, muchas almas por conocer, más tristezas que sobrellevar y más alegrías que gozar.