Notes

He llegado a ese punto ciego en la vida en el cual simplemente sientes que has perdido el rumbo, si es que alguna vez supiste cual era. Es como si estuviera tan profundo que sientes que ya has tocado fondo hasta que un rayo de luz se filtra e intentas alcanzarlo nadando hasta la superficie sin embargo, repentinamente empiezas a hundirte cada vez más profundo. Al igual que cuando crees que una herida ya ha sanado hasta que accidentalmente la rozas y te duele como el primer día.

Lo peor de todo es que ni siquiera quiero salir de allí. He pasado tanto tiempo bajo las sensaciones del fracaso, la decepción y los errores que la sencilla idea de salir y afrontar más allá de ello me aterra de sobremanera. Sé que está mal, sé que es realmente triste pero es lo que hay. Es lo que siempre hubo.

Siempre creí que si afrontaba al mundo con una sonrisa, si me reía como si nada me importara o me pusiera unos audífonos con la esperanza de que todo alrededor desaparecería en cuanto la melodía comenzara tal vez el mundo se compadecería de mí y lo dejaría pasar.

Cuan equivocada estuve.

El mundo no es más que un teatro donde nosotros somos los personajes principales; seguimos un libreto a conveniencia del autor sin importar lo denigrante que sean para que cuando la función termine el público se ponga de pie nos aplauda para sentirnos menos miserables con lo que somos.

Sólo soy una persona desastrosa que no sabe lo que quiere, ni adonde va. Doy vueltas en círculos constantemente y para ser honesta mis pies ya están cansados de tanta vacilación y tan escasos resultados. Intento hacerlo; realmente lo hago. Me pongo metas porque tal vez así, al alcanzarlas sienta lo que es la emoción del momento. El estar orgullosa de mi misma pero los resultados son contrarios y termino haciendo lo contrario.

Cuando cumplí los once años comencé a leer a profundidad, todo tipo de libros que aportaran palabras a mi léxico para parecer más intelectual y que tal vez me tomaran en serio, pero, ¿quién va a considerar la opinión de una niña de once años que no ha vivido prácticamente nada de lo que está fuera de las fronteras que le son fijas? Han pasado tres años desde ello y aún sigo temiendo a decir lo que realmente pienso porque no sé como van a reaccionar. Al perecer sólo me entiende Mario Benedetti; lástima que no pueda sentarme a conversar con él.

Llegué a la conclusión de que si una persona no deja su huella en el mundo no es más que un ser irrelevante y con ciertos grados de incompetencia, sin embargo, en el fondo tengo la corazonada de que voy a volverme uno de ellos.

No merezco que las personas se compadezcan de mí porque jamás he hecho algo para ganarme la simpatía de los que me rodean. De hecho vivo con la idea de mantenerme lo suficientemente alejada para algún día huir y que nadie me eche de menos. ¿Por qué alguien lo haría de todas formas? tampoco es que sea fundamental en algún ámbito, salvo en dejar que copien de mi cuaderno de matemáticas o explicarles algo que no entiendan.

Paso noches sin dormir, pensando en porqué me importan tanto las cosas que deberían pensar las personas adultas. Me refiero a que, sólo tengo catorce años. Sólo debería estar preocupada por mi tarea, algún chisme o como vestirme para tal ocasión; como dice uno de mis compañeros de salón, “si quisieras podrías ser un ejemplo a seguir”. El problema es que a diferencia de él, no pienso que una mujer deba ser un ejemplo a seguir dependiendo de cuán arreglada esté o cuando le importe estéticamente su apariencia, más bien su forma de afrontar los problemas o cuan racional es a la hora de hablar y manifestar su opinión de forma astuta e impecable; pero no iba a decirle eso. Dudo decírselo a cualquiera alguna vez.

Lo primero es porque no encuentro las palabras para hacerlo, por ello escribo esto, tal vez lo vuelva a hacer en el futuro. Porque de esta forma no tengo que verle la cara a nadie y pensar en palabras agradables para no ofender a nadie, simplemente dejo plasmado lo que siento y dejo que perdure con el tiempo.

OCTUBRE 24, 8PM, 2013