Notes

— Livka... - Murmuró aquella voz gruesa a sus espaldas mientras que escuchaba como sus pisadas se tornaban más cercanas hacia el cuerpo de la fémina. Sintió como una mano se posó en su hombro por lo que se giró en sus talones para observar a la misma persona que le estaba rogando hace unos veinte minutos atrás.
— No, Livka nada, te lo he repetido miles de veces que ya no quiero cerca. ¿Eres sordo que no logras entenderme? ¿Tanto te cuesta dejarme en paz? — Exclamó la más baja con un tono de voz desesperado e impaciente ante la terquedad del individuo que tenía en frente y sus dientes superiores mordiendo su labio inferior apretándolo, movió sus manos revoloteándolas a su alrededor. — Me gasté dos putos años contigo... Sí, dos años. ¡Y te atreviste a cagarte en mí! Te cagaste en mi confianza, en mi cariño, en mi lealtad... — Susurró acercándose a la figura masculina, al posicionarse al frente enterró las yemas de sus dedos en el pecho haciendo hincapié a sus palabras. - Fuiste capaz de apuñalarme por la espalda cuando yo siempre traté de defenderte y de tu bienestar... ¿Y ahora quieres tenerme de vuelta? Eso no pasará. Vete, por fa... — Aquellas palabras fueron interrumpidas por el sonido seco de una cachetada que resonó en la mejilla de la más baja, tragó saliva con dificultad y evitó que las lágrimas salieran como si fuesen un cascada. Instintivamente tomó distancia dando tres pasos mientras su diestra cubría la mejilla que ardía ante la acción del susodicho que seguía frente a ella con su rostro sorprendido y asustado ante su reacción.
— Creo que ha sido suficiente, vete ahora o llamo a cualquiera de la estación a que venga a detenerte por golpearme. — Murmuró fijando su mirada frente al hombre, indicó la salida con su cabeza y movió su rostro hacia la ventana. — Ten buena vida, Cedric. Piérdete de mi vista, no quiero verte más en mi vida. - Habló por última vez con una voz quebrada y totalmente decidida a no mirar hacia atrás, escuchó un suave «perdóname alguna vez» y su cuerpo cayó al suelo cuando la puerta se cerró a su espalda para finalmente quedarse estática en el suelo dejando caer todas aquellas lágrimas que se provocaron por el dolor del golpe y la traición que había recibido