Notes

La cortina se mecía suavemente, dejando pasar a intervalos irregulares una suave brisa que inundaba toda la estancia. Estaba estirado sobre la cama, pero no se sentía cansado. Era solo que no sabía qué hacer. Le abrumaba la infinidad de posibilidades que tenían los días de verano. El libro que había sobre la mesa, que recibía la luz del sol cuando la cortina lo permitía, no lograba interesarle lo suficiente. Ni este ni los más de cien que tenía repartidos por su habitación. Todas esas historias se le antojaban, en esos momentos, simples montañas de papel.
Se incorporó y miró a su alrededor sin fijarse en nada concreto. Los pájaros y las cigarras que había en el exterior eran lo único que sus tímpanos alcanzaban a percibir. Pensando en cómo acabar con su ociosidad, terminó por levantarse de la cama.
Odiaba no hacer nada; perder el tiempo. Era de ese tipo de personas que tienen muy presente que la vida es limitada, y que todo segundo vivido es irrecuperable. Tenía solo dieciocho años, pero no era capaz de olvidarse de su angustia "temporal". Tampoco se pasaba el día pensando en que algún momento su existencia se acabaría; eso le pasaba en situaciones de aburrimiento como la que estaba sufriendo. Opinaba que las personas que no hacían otra cosa que vivir preocupadas por este tipo de cuestiones eran débiles, pues no eran capaces de vivir como corresponde. Tenía la certeza de que una existencia basada en el temor constituía una farsa, pues el miedo a la muerte y al paso del tiempo existe solo en la mente del ser humano, e incluso estos temores pueden desaparecer si se requiere, como es el caso de morir por el país o un ser querido.

Salió de la habitación y se dirigió al porche de la casa: un pequeño espacio elevado respecto al jardín, cubierto con un techumbre. Desde ese sitio podía verse prácticamente todo el jardín, que presentaba un aspecto algo dejado. El césped estaba seco y cubierto de malas hierbas, y los caminos empedrados que lo atravesaban estaban cubiertos de pinaza. Esta provenía de un gran pino situado en la parte derecha de su campo de visión, junto a una palmera que necesitaba que alguien la podase cuanto antes. Al fondo del jardín había varios árboles más, entre naranjos, limoneros y macadamias. Había algunas flores esparcidas por aquí y por allá, pero ninguna poseía la belleza que se espera de semejantes plantas.
Un sol implacable se deslizaba entre las plantas y aterrizaba en el suelo con toda su fuerza estival. Parecía que algún dios hubiese limpiado el cielo a conciencia, pues se encontraba nítido y homogéneo en toda su extensión. Las casas circundantes y las copas de los árboles se perfilaban con nitidez contra el celeste infinito.
Con esa imagen en la retina, continuó pensando en qué hacer. ¿Leer, escuchar música, escribir algo? Nada le convencía. Llevaba varias semanas haciendo las mismas actividades, que muy bien pueden encantar a alguien durante cierto tiempo, pero no indefinidamente. Finalmente, situado en el mismo lugar desde que salió al jardín, se decidió a dar un paseo en bicicleta.